Se deformó su propio rostro.
Tiene lagunas de oscuridad en el pasado,
el peso de los degollados cuerpos.
Tenebroso y lúgubre sueño negro.
Cadavéricas manos que movían puertas,
convirtiéndolas en meras sombras.
Sobrecogidos se quedaban entre llantos.
El horror era blando y pútrido.
Los fúnebres deshojados estaban marchitos,
ideas anteriores quedaron en cenizas.
Entre lo tétrico y hórrido caminaba.
Impasible volvía a amedrentarles,
dedo a dedo, enloquecido y sentado.
Última recompensa: la decapitación.
Contando penumbras se consumía.
Agónico, psicótico y dantesco.
Cobarde, fóbico y asustado.
Desertado del infierno, mutilado.
Extinguida alma errante que no duerme,
no siente, no oye y no come.
Condenado al temor. Pesadilla eterna.
Siniestro túnel de desmembrados.
Solo. Vacío. Insustancial. Exiguo...
José Cote Llamas