Hace frío, ya era hora. Hemos pasado un diciembre bastante caluroso... ¿Tengo deseos? Muchos. Pero me lo pregunto a diario para ver cual puedo cumplir más rapido.
Debe costar caro si se oculta de esa manera (piensan). La gente que lleva una vida triste arrastran un cartel que lo dice ante mis ojos. Dan a saber que no se arrepienten de nada tras una sonrisa de pena a la que le falta la sabiduria de un anciano, la madurez de un padre, la picardía de un adolescente, la inocencia de un niño y el llanto de un bebé.
Creen haber vivido un tiempo feliz hasta que se dan cuenta de que lo único que queda al final son esos actos que han hecho que otros sean felices. Pero no los hay para esas personas, están solas. Se desamparan en su coraje y se pierden por las colinas de una meseta llana. Lo han tenido todo sin haber hecho nada... Han destruido lo poco que les quedaba creyendo que su felicidad estaba en su propia y asquerosa manera de afrontar los hechos.
Ellos no saben qué es el amor. O, quizás, por el amor mismo se han convertido en lo que son: cobardes. Inadvertidos ante el mundo, descansan en una cama fabricada con oro y espadas que atraviesan el colchón, reconfortando físicamente al incauto.
Astillas de hierro oxidadas con olor a sangre alrededor de sus ataudes decorados con bordados de plata comprados cuarenta años antes de morir. Alrededor de sus tumbas lo único que habrá serán rojizas rosas de apatía.
No entiendo el por qué, pero lloro por ellos...